
SANTO DOMINGO, DN/República Dominicana.- Figuran en la nostalgia de los que bordean los treinta años, de este lado o del otro, es decir de los que están cerca de llegar, y de los que apenas han traspasado esa barrera.
Eran, en el mundo infantil de la década de los ochenta, unos duendes azules que vivían en un bosque donde las casas, como corresponde a los duendes, eran hongos o setas. Todos vestían pantalones blancos y gorro frigio también blanco, la única rubia era la Pitufina, y el único que usaba un atuendo rojo era el jefe de la aldea, Papá Pitufo.
Estos personajes que acompañaron con sus fantásticas aventuras la infancia de varias generaciones, cumplen cincuenta años, pero no han envejecido en absoluto, porque la infancia tiene ese privilegio, la magia de mantenerse exactamente igual como cada uno la ha vivido.
Esa misma magia les permitió a esos duendes sortear con risueña destreza cada una de las triquiñuelas del malvado Gargamel y su desdentado gato Azrael, cuyo único objetivo era capturar a los Pitufos para obligar al jefe de la aldea, Papá Pitufo, a que lo ayudara a encontrar el secreto de la transmutación de los metales en oro, y una vez conseguido ese conocimiento, su sueño era prepararse el plato más exquisito jamás soñado por ningún gourmet: la sopa de Pitufos.
Pero Gargamel nunca lo consiguió, y gracias a que lleva cincuenta años intentándolo, será también parte de una gira que iniciarán por toda Europa los duendes que en sus accesos de ira llamaba "suspiritos azules”.
El verdadero papá de Los Pitufos se llamaba Pierre Culliford, un dibujante de paquitos que firmaba sus historietas con el seudónimo de Peyó, nacido en Bruselas el 25 de junio de 1928. Peyó estudió un tiempo en una academia de Bellas Artes y trabajó en animación.
Creó un dúo de personajes llamados Johan y Pirluit, dos jóvenes que vivían movidas aventuras caballerescas en la Edad Media y que un día de 1958 descubren una aldea en miniatura habitada por duendes de color azul.
Ni el propio Peyó, ni sus personajes, imaginaron en ese momento que esos duendecitos se quedarían con la historieta y se adueñarían del tiempo del dibujante, de espacios en las revistas y del tiempo infantil de millones de niños y niñas que se convertirían en seguidores incondicionales de las hazañas de estos personajes.
Peyó (Pierre Culliford) murió en 1992, un 24 de diciembre, pero sus muñequitos mágicos, compañeros de infancia de millones de personas, continúan viviendo sus aventuras en el mismo bosque, en la misma aldea de hongos coloridos y en la nostalgia de todos los que alguna vez rieron con las disparatadas ocurrencias del malvado Gargamel, con la energía del Pitufo Fortachón, con las iras del Pitufo Gruñón y con las reacciones siempre tardías del Pitufo Perezoso.
Los duendecitos azules alcanzaron sus días de gloria cuando se convirtieron en una serie producida por los estudios Hanna - Barbera y llegaron a figurar en una masiva promoción de la Pepsi, que colocó sus figuras en vasos de cristal.
Este año, la empresa Peyó Creations los llevará de gira por toda Europa, en un festejo que incluye el reparto de miles de pitufos blancos para que los niños y sus papás los pinten a su gusto, algunos famosos del cine y de la tele pintarán estatuas de pitufos de un metro y medio de altura que luego se subastarán a beneficio de UNICEF.
La celebración incluye también exposiciones y una muestra artística en Bruselas. Es que no todos los días se cumplen cincuenta años sin envejecer, una prerrogativa que sólo poseen los compañeros más especiales de la infancia.
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