La despedida de la pequeña pantalla estadounidense de Tony Soprano (James Gandolfini) -capo de la organización criminal DiMeo y patriarca de los Soprano- y sus compañeros de reparto ha generado una gran expectación nacional.
Rotativos como "The Philadelphia Inquirer" han sugerido incluso un menú de seis platos a base de pasta, como no podía ser menos, para disfrutar mañana frente al televisor.
Además, tanto la "blogosfera" como los periódicos hierven con especulaciones sobre los últimos 55 minutos de una serie que ha sido galardonada con 18 premios Emmy y cinco Globos de Oro; que ha dado lugar a videojuegos, libros, análisis y parodias y que se ha retransmitido a lo largo y ancho de los cinco continentes.
Algunos pronostican que el entrañable y malévolo Tony acabará sus días cinematográficos boca abajo encima de un plato de espaguetis, mientras otros aventuran que el mafioso salvará el pellejo a cambio de confesar sus tropelías y las de su clan a los agentes del orden.
Pero el desenlace de "Los Soprano" es el secreto mejor guardado de la televisión estadounidense.
David Chase, el reverenciado creador de la serie, no ha soltado prenda sobre cómo pretende concluir su obra maestra, aunque ha dejado claro que no es amigo de los finales tradicionales.
Para asegurarse de que el suspense se mantiene hasta el último minuto, e impedir que alguno de los actores se vaya de la lengua, optó por grabar tres finales distintos.
Pese a la cautela de Chase, el elenco de "The Sopranos" no ha revelado el enigma, aunque Steven Van Zandt, guitarrista con Bruce Springsteen antes de interpretar al mafioso Silvio "Sil" Dante, ha adelantado que el final será cualquier cosa menos aburrido.
"Va a ser controvertido. Se hablará de él", dijo esta semana al diario "Los Ángeles Times" Van Zandt, que encarna al gerente del "Bada Bing", el conocido club de strip-tease en el que Tony Soprano tiene la oficina desde la que dirige sus negocios ilícitos.
Los críticos coinciden en que son muchos los factores que han convertido a la serie en excepcional.
Entre ellos está la habilidad de "Los Soprano" para reflejar realidades distintas, desde el submundo de la mafia, que capitanea Tony en el noreste del estado de Nueva Jersey, hasta las cenas de psiquiatras y la bohemia atmósfera neoyorquina.
Para la revista "The Economist", el motivo más importante radica, de todos modos, en el argumento central de la serie: el de que los gángsters comparten muchas cosas con el resto de los mortales.
Y es que pese a dirigir a fuerza de pistoletazo y puñetazo sus negocios clandestinos, Tony sufre las preocupaciones de cualquier persona normal, aunque de vez en cuando libere la tensión asesinando a algún que otro "estorbo" molesto.
El patriarca de los Soprano aparece reflejado como una persona hogareña, a quien le quita el sueño la educación de sus hijos, que tiene que lidiar con una madre manipuladora y desequilibrada (Livia Soprano) y que visita con frecuencia a su psiquiatra para intentar superar sus ataques de pánico.
Uno de esos ataques de ansiedad sirvió de arranque de la serie hace ahora ocho años y medio, cuando Tony decidía visitar a la doctora Jennifer Melfi (Lorraine Bracco) para vencer sus miedos.
Desde entonces han pasado seis temporadas televisivas en las que se han sucedido ejecuciones, extorsiones, palizas, decapitaciones y ahogamientos y durante las cuales el público estadounidense ha establecido un vínculo cada vez más estrecho con los Soprano.
El 86 episodio, al que HBO ha bautizado con el título de "Made in America" (Hecho en América), pondrá fin mañana a un drama que ha conseguido llegar a las esquinas más recónditas del planeta.
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